Muchas son las estrategias para clasificar las diferentes expresiones musicales recogidas en un marco geográfico restringido. El contexto antropológico, los momentos vitales o la naturaleza musical son algunos de ellos. Nosotros hemos considerado oportuno apelar a un criterio cronológico a través del cual podamos

ubicar los diferentes géneros en la historia del archipiélago. Hemos realizado un trabajo comparativo para relacionar las permeabilidades a las que han estado expuestas las piezas en el marco internacional con su posible llegada a costas canarias, para así construir una suerte de cronograma en cuatro fases. Con ello en

absoluto pretendemos afirmar que tales géneros se hayan mantenido intactos a través de los siglos. Más bien proponemos un anclaje histórico a partir del cual las tonadas habrían de emprender la cuasi infinita sucesión de cambios que conforman el endemismo que son hoy. De este modo, cuando por ejemplo disponemos las diferentes musicalizaciones del romancero en el siglo XVI lo hacemos en relación a las fuentes habidas en tal sentido o, en ausencia de las mismas, atendiendo al devenir del fenómeno en otras geografías como la Península Ibérica, las Islas Británicas o Europa Central. Dicho esto, este corpus al que hemos denominado “Capítulo I” contiene géneros de muy variada índole que se propagan en un marco histórico y geopolítico concreto que consideramos necesario conocer.

 

A finales del siglo XV Castilla y Aragón, dos de los reinos más importantes de la Península Ibérica en este momento, se unen a través del matrimonio de los Reyes Católicos, a saber, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Bajo esta monarquía concluye el proceso conocido como La Reconquista, una lenta recuperación de los territorios peninsulares antaño en manos de los árabes, coincidiendo por primera vez en el tiempo una situación de unidad política y territorial que terminaría dando lugar a lo que hoy conocemos como España. Con la caída de Constantinopla a manos del Imperio Otomano, el descubrimiento paulatino del continente americano y la Macaronesia, la invención de la imprenta por parte de Gutenberg y el incipiente distanciamiento entre los países mediterráneos y anglo-germánicos que terminaría eclosionando en el cisma de la Iglesia, la Edad Media vería su fin para dar paso a la Edad Moderna. Pronto la filosofía humanista y el Renacimiento italiano propiciarían un cambio de paradigma en el pensamiento europeo, que aupado por los descubrimientos geográficos y por la necesidad de una nueva ruta al Lejano Oriente, volcaría su atracción por lo nuevo y lo exótico conformando el sustrato idóneo para la importación de géneros y manierismos provenientes de las tierras conquistadas como, por ejemplo, las Islas Canarias. Una vez concluida la conquista del archipiélago éste se transforma en una escala obligada para todos los marineros que frecuentaban el triángulo comercial creado por el Imperio Español, alimentando fuertemente los procesos de permeabilidad cultural acaecidos entre el Nuevo y el Viejo Mundo.

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No en vano observaremos en este capítulo una especial predilección por géneros que tienen que ver con los procesos de evangelización de las tierras conquistadas, imbuidos por el sincretismo cultural y religioso. Estas piezas terminarán conformando el llamado folklore ritual o paralitúrgico. Hablamos del Tajaraste, del Santo Domingo o de las Loas. También observaremos tonadas que tienen que ver con el modus vivendi del campesinado, entendido este bajo una especie de feudalismo tardío que poco a poco iría desapareciendo. En este caso nos referimos al Sirinoque, a El Santo o a la Danza del Trigo. Por último, encontraremos géneros que suponen una suerte de lienzo para la intelectualidad y la memoria colectiva. La Meda o el romance del Conde de Cabra son algunos ejemplos.

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