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EL CONDE DE CABRA

EL CONDE DE CABRA. (EL HIERRO)

Análisis musical.
Se trata de una pieza corta en compás de 3/4. En lo concerniente al modo observamos dos tendencias: una en modo dórico que parece haberse estandarizado entre los grupos de folklore orientados al medio escénico; y otra en modo mixolidio que alguna vez resuena entre las escasas fuentes que se conservan de las décadas que siguieron a la Guerra Civil (sirva de ejemplo la célebre versión de Valentina “la de Sabinosa”. En ambos casos el esquema formal es el mismo. Tras varios compases de tambor comienza una sección A con dos versos de doce y trece sílabas que el coro remedará sin excesiva preocupación por el unísono. Al término de esta comienza una sección B donde se alternan versos pentasílabos y hexasílabos que la solista repite una vez y el coro dos veces más. La fórmula instrumental es sencilla. El tambor herreño es el único en acompañar a unas y otras voces.

Historia
Más allá del análisis musical y etnohistórico, está sobradamente estudiado el trasfondo argumental del “Conde de Cabra” de El Hierro y La Palma, así como del “Duque de Cabra” de Gran Canaria. Cuenta la historiografía que en el Condado de Cabra (Córdoba) se produjo un matrimonio entre el conde Francisco Fernández de Córdoba y la viuda del conde de Castro del Río, Mencía de Ávalos y Merino de la que se decía que era “hija de algo” (término despectivo para designar a la baja aristocracia que terminaría derivando en el término “hidalgo” como contracción de la expresión “hi de algo”). Tras el casamiento la familia del Conde de Cabra entiende que hay una gran desigualdad en el matrimonio alegando que “la viudita” es del todo insuficiente, tanto así que terminan elevando su querella a la corona de Felipe IV de Austria, quien interviene otorgando la nulidad matrimonial a la infeliz pareja. Supo de este caso el periodista José María Díez Borque, quien publicó en “Avisos del Madrid de los Austrias” (una pequeña gaceta de lectura ligera muy popular en aquel tiempo) una crónica narrando el caso. Quizás por la empatía que despierta siempre la temática romántica entre clases dispares, la historia se hace célebre en muy poco tiempo, y no tarda en incorporarse al acervo cultural andaluz en forma de múltiples tonadas, especialmente en el folklore infantil. Tal y como suele ocurrir, se reciclan melodías, estrofas y ritmos preexistentes (probablemente tardomedievales) para cantar a una realidad que abordaba la más apremiante actualidad y el más antiguo de los conflictos. Más tarde, en 1897, Ramos Carrión daría buena cuenta del calado de este género en el folklore español añadiendo letra y melodía de una de sus muchas versiones en el libreto de la zarzuela “Agua, azucarillos y aguardiente”. Algo similar a lo que haría un joven Federico García Lorca en 1918 en su obra “La viudita y el Conde de Cabra”.

Apunte antropológico
Si bien en el marco ibérico se entiende “El Conde de Cabra” como un género predominantemente infantil, en Canarias observaremos su desarrollo entre diferentes rangos de edad. Talio Noda (1999) achaca la versión palmera de este género a los infantes del siglo pasado, quienes lo habrían transmitido como un juego de corro cantado en el que los varones ocuparían un semicírculo y las féminas otro, entrando el solista al interior del corro para más tarde ser relevado por otro intérprete. Esta disposición la observamos también en la coreografía de la versión herreña, donde la solista femenina y única percusionista de la performance se sitúa en el centro de un corro formado por los bailadores. En la práctica actual, este juego musical ha derivado en género musical para el medio escénico en las tres islas en las que se conserva, en la que los adultos ejecutan la tonada y la coreografía con un afán divulgativo que nada tiene que ver con el juego. Especialmente célebre es la versión de Valentina Hernández “la de Sabinosa” que quedó grabada en el álbum “Clásicos Canarios” de 1994.

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